
NUESTRA HISTORIA
Los primeros datos que se conocen sobre la historia de nuestro monasterio, hay que buscarlo en el siglo XV: un grupo de mujeres empezó a vivir el Evangelio en comunidad en el pueblo de Aldeanueva de la Sierra. Muy cerca de este pueblo se encuentra la dehesa de El Zarzoso, que en ese siglo era propiedad del mariscal D. Gomez de Benavides de Salamanca. Enterado de la ejemplaridad de dichas mujeres quiso ayudarlas por lo que se propuso construirles en su finca lo que ahora es el Monasterio Porta Coeli, del Zarzoso.
La fecha de la fundación se sabe por una Bula de Pablo II en el año 1464 y que se conserva en el archivo, la transcripción dice así: “Que comenzase en el año de mil cuatrocientos cuarenta y cuatro la fábrica de la casa, consta de una Bula que de Paulo Segundo se conserva en el archivo, que siendo despachada el año 1464, dice en ella su santidad que había veinte años con Bula apostólica fundado dicho D. Gómez este convento en Zarzoso, y quitando de los 1464, veinte años, viene a ser fundado el año de 1444.” El 28 de mayo de 1455 el mariscal D. Gómez, estando en la posada que corresponde a una de las casas del lado este del Monasterio y ante el preceptivo escribano, hizo testamento, y en una de sus cláusulas afirma: “Hago cesión limpia, del mi lugar del Zarzoso, que es en Valde Matilla, con todos sus términos redondos y con toda su jurisdicción”

El monasterio está dedicado a la Madre de Dios, con la advocación de Nuestra Señora de Porta Coeli (puerta del cielo) por deseo del fundador.
El 20 de octubre de 1466, a petición de la Abadesa y Religiosas de este Convento, el Rey D. Fernando y la Reina Dª Isabel confirman el Privilegio de erección de Villa a Zarzoso. Y el 25 de agosto de 1477 se hacen las Constituciones y Ordenanzas de la Villa de El Zarzoso.

HISTORIA DE LA ORDEN

La Tercera Orden Regular de san Francisco, hunde sus orígenes en el movimiento franciscano de la penitencia, suscitado por el Señor y obra del “pobrecillo de Asís” para estimular a los fieles a vivir en la Iglesia el santo Evangelio.
La vida contemplativa es nuestro primer y fundamental apostolado, porque es nuestro modo característico, según un especial designio de Dios: ser iglesia, vivir en la iglesia y cumpliendo nuestra misión en la iglesia, una misión sin fronteras. En vida aún de san Francisco, algunos hombre y mujeres se dedicaron a la contemplación en eremitorios solitarios o en pequeñas fraternidades, paralelamente a las comunidades dedicadas a las obras de misericordia. De ahí nacemos nosotras
Es una orden mixta en la que caben todos los que son llamados a vivir la espiritualidad franciscana con una dimensión de conversión continúa expresado en las obras de misericordia, hombres y mujeres deseosos de una mayor perfección. Pertenecer hoy a esta gran familia, como es la Orden Franciscana, es todo un reto.
El título de tercera orden no es, porque se haya iniciado después de la primera y segunda, sino por su estructura mixta, en la que están también los seglares que, desde diferentes estados, siguen una vida de conversión, casados en el ámbito de su familia, en el trabajo como hombres que llevan el evangelio en las labores de cada día, siendo mejor hoy que ayer, en las cosas pequeñas de una vida sencilla y alegre. No hay categoría, simplemente porque en ella cabe todo aquel que quiera vivir el evangelio de la mano de san Francisco de Asís, nuestro padre y fundador.

NUESTRA VIDA DIARIA
Como franciscanas, nuestra vida está marcada por la Regla de san Francisco: espíritu de oración, seguimiento de los tres consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, el trabajo y la vida fraterna. La vida apostólica se ejerce en la oración, palabras y obras como testimonio de nuestra fe y vocación.
Nuestra vida está centrada en la eucaristía, los sacramentos y la celebración de la liturgia de las horas, en las que rezamos juntas y presentamos las peticiones de cada persona que llama a nuestra comunidad, pidiendo que intercedamos por ellos al Señor con nuestra oración.

Nuestra actitud como contemplativas es estar a los pies de Jesús, como: María de Nazaret, que conservaba todo en su corazón, que es el lugar de la contemplación. Y como María de Betania, sentada junto a los pies del Señor escuchaba su palabra (Lc. 10, 38-42).
Llevar en la oración, en la entrega diaria y personal, los problemas del mundo ante la presencia del Señor y ser testigos del Amor de Dios ante quienes nos visitan y traten, con nuestras palabras, testimonio y alegría, esta es la dimensión misionera y apostólica de nuestra vida contemplativa, como dicen nuestras Constituciones de la TOR. Y así las hermanas desde 1444 venimos siendo esas raíces del gran árbol que es la Iglesia, transmitiendo desde nuestra oración la fuerza que necesita la actividad misionera de sus miembros. Dios es la fuente de nuestra alegría, el que llena nuestro corazón, sacia la sed de tener y poseer; Él lo es todo, es la fuente de nuestra esperanza y alegría.
